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jueves, 12 de marzo de 2015

Ansias de silencio

El creacionista del día. Agatha Cervantes







La primavera es la época en que más recuerdo como fue que busque mi soledad, aun en contra de mi humanidad.

Hace un año exactamente, que mi querida abuela murió. Le cuide por mucho, muchísimo tiempo, y a pesar de que no se movía tan solo para ir al baño, su presencia iba acrecentando mi enojo, eso y su gato Salazar. Pase una semana odiosa, mi abuela no dejaba de pelear con su mascota, la cual maullaba y maullaba sin cesar expresiones gatunas de fastidio, como si ambos se reprocharan cuanto habían envejecido.

Ya no podía soportarlo. Los minutos no aliviaban mis ansias de soledad, ni los baños calientes, el te de la tarde, los libros, la música, nada, todo era inútil. Los infernales maullidos anexados a los gritos de mi abuela, fueron tejiendo dentro de mi cabeza la mejor manera de poder acabar con mi suplicio. Sin embargo, mi humanidad recitaba frases que hacían que cesara en mi empeño de convertirme en un monstruo - aunque yo pensaba que no era suficiente para poder detenerme - aún así menguó un poco la furia que me corroía las entrañas.

Fue entonces que aquel día, ese sábado lluvioso, todo se torció dentro de mi. Salazar y mi abuela discutían como siempre. Mi tranquilidad se evaporó y resuelta a acabar con el sollozo de ambos, dirigí apaciguadamente mis pasos a la cocina tomé un cuchillo y degollé al gato, para luego meter a fuerza de presión su cabeza en la boca de mi abuela; ella trato de gritar , pero la sangre de su amado gato le revolvió tanto el estomago que se ahogo en su propio vomito, sin contar que un paro cardíaco acabo con mi desazón.

Por fin silencio.

Arrastré los cuerpos hasta el zaguán en donde estaba un aljibe vacío, el cual ya no se ocupaba desde hace ya varios años, ya que la casa se había construido sobre las bases de una vieja fabrica. Deposité los restos de mi aflicción y cerré con llave. Para que no hubiera sospechas mandé poner cemento sobre el piso, eso, y un lindo azulejo color obsidiana.

El cadáver de mi humanidad reposa junto a mi abuela, mi querida abuela, pero por sobre todas las cosas amo muchísimo más al silencio, tanto, que ahora por fin puedo escucharme a mi misma.